quinta-feira, 14 de fevereiro de 2013
Moreso sobre Dworkin
RONALD DWORKIN: EN LA MUERTE DE UN FILÓSOFO ERIZO
J.J. Moreso
Catedrático de Filosofía del Derecho y Rector de la Universitat Pompeu Fabra (blog do Gargarella)
Esta mañana en la ciudad de Londres ha muerto, aquejado de leucemia, Ronald Dworkin a la edad de 81 años, el más reputado filósofo del derecho de su generación. Su último libro, dedicado a una articulada defensa de la objetividad y de la unidad del valor, llevaba como título Justice for Hedgehogs (Justicia para erizos, 2011), una evocación clara de la división entre pensadores realizada por Isaiah Berlin, que había sido su amigo, tomado como fundamento un verso del poeta griego Arquíloco: ‘El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe sólo una, muy grande’. Berlin defendía la pluralidad de los valores y le gustaba picotear en todas las tradiciones intelectuales. Dworkin, en cambio, pensaba que los valores pueden ensamblarse en una unidad que da sentido a nuestras vidas como agentes morales.
Estudió filosofía en Harvard y después Derecho en Oxford y en Harvard, como un estudiante brillante. Fue letrado (clerk) del conocido y gran juez norteamericano Learned Hand, ejerció de abogado en Nueva York antes de incorporarse a la Law School de la Universidad de Yale como profesor. En 1968 sucedió a H.L.A. Hart en la cátedra de Jurisprudence de la Universidad de Oxford. Posición que compaginaría con la de profesor en la New York University por treinta años, después de la jubilación cambiaría Oxford por el University College en Londres.
Sus primeros trabajos, recogidos en Taking Rights Seriously (Los derechos en serio, 1977) significaron una poderosa critica del positivismo jurídico tal como había sido concebido por Hart. Determinar lo que el derecho requiere en cada circunstancia no es sólo, según su concepción, una cuestión de cómo los legisladores y los jueces han decidido regular una esfera de la vida en común sino también una cuestión de cuál es la mejor teoría político-moral capaz de dar cuenta de nuestra práctica jurídica, en especial de nuestra práctica constitucional. El Derecho aspira a ser, en su teoría, la institucionalización de la moralidad política. Esta concepción fue desarrollada en diversos trabajos, entre los que pueden destacarse los libros A Matter of Principle (Una cuestión de principios, 1985), Law’s Empire (El Imperio del derecho, 1986), Freedom’s Law (El derecho de la libertad, 1996) o Justice in Robes (La justicia con toga, 2006).
Por otro lado, sus contribuciones a la filosofía moral y a la filosofía política lo sitúan también entre los más destacados filósofos prácticos de nuestro tiempo, por lo que recibió el premio Holberg el año 2007. Sus reflexiones sobre la vida y la muerte, sobre el aborto y la eutanasia en Life’s Dominion (El dominio de la vida, 2003) significaron una contribución imperecedera a estas cuestiones persistentes. Y su teoría filosófica de la igualdad, sobre la que reposa su teoría de la justicia, está en permanente diálogo con las teorías de John Rawls, Robert Nozick, Gerald Cohen o Amartya Sen, ahora recogida en Sovereign Virtue (La virtud soberana, 2000).
Su capacidad permanente de diálogo fue un raso muy relevante de su personalidad. Era un polemista brillante y sus artículos en New York Review of Books lo hacían ampliamente conocido por la intelectualidad anglosajona. Opinaba sobre las decisiones de la Corte Suprema (de la acción afirmativa a la eutanasia o a la financiación de las campañas electorales) y discutía las ideas de otros pensadores desde una posición que podemos denominar como liberalismo igualitario.
Tuvimos la fortuna de que en mayo de 2011 aceptara la invitación para participar en un seminario sobre su libro Justice for Hedgehogs, que se acababa de publicar entonces, en Barcelona, en la Facultad de Derecho de la Universitat Pompeu Fabra (en la sala de grados que lleva el nombre de Albert Calsamiglia, fallecido prematuramente, e introductor de su pensamiento en España, con la publicación en la editorial Ariel el año1984 de Los derechos en serio). Durante todo un día, en sesiones de mañana y tarde, respondió con la brillantez y gentileza acostumbrada a una decena de comentarios sobre su obra, elaborados por profesores de la Universidad o de algún u otro modo vinculados a ella. Le gustó que, en la presentación del seminario, me refiriera a un verso de Pablo Neruda incluido en la Oda a Federico García Lorca que hoy, aunque oportuno, lamentablemente se tiñe de tristeza: ‘y van volando al cielo los erizos’
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