Constitucionalismo sin principios/ La Constitución del riesgo
Cuanto más lo leo a Adrian Vermeule menos me gusta. No me gusta nada: cómo escribe, de qué escribe, qué dice. Sin embargo, cada día es más influyente dentro de la academia constitucional, y cada vez ocupa posiciones de poder más relevantes. Por lo demás, muchas de las autoridades académicas que conozco tienen algún tipo de deslumbramiento con él. En su último libro, The Constitution of Risk, critica la posición que considera dominante dentro del constitucionalismo, que sería una posición "precautionary," sobre-preocupada por los riesgos, los abusos, la tiranía (no olvidemos que él se inscribe, como parte de la salamidad argentina, en un cierto schmittianismo constitucional). Ésta sería una posición madisoniana -aquella a la que él se opone, al menos en parte. Vermeule desarrolla frente a ella una posición diferente, menos obsesionada con el riesgo, y a la que llama la "posición madura," que encontraría más apoyo en Hamilton, Story, Frankfurter, Marshall el viejo. Esta posición aboga por "precauciones óptimas, no máximas," siendo consciente de que la preocupación por el riesgo genera sus propios riesgos. Ejemplo: la defensa de Story de las "standing armies". Con tanto temor de montar este tipo de ejércitos, se terminaba asumiendo riesgos peores: lo que hay que hacer es controlar a estos cuerpos armados, en lugar de impedir que se creen.
Estas posiciones pragmatistas, del utilitarismo ultra-calculado, pretendidamente omniconsciente, pecan en mi opinión por su confianza en la propia razón, y su desprecio a los principios, valores, reglas generales e ideas abstractas, de las que se burlan, pero que terminan infiltrando su posición por todos lados. Para decirlo de modo simple: dados los infinitos e irremediables déficits de racionalidad que tenemos (la dificultad de reconocer todos los problemas, la dificultad de sopesarlos bien, la dificultad derivada de querer agregar más y más variables, la dificultad de no poder prever nunca lo...inesperado, la dificultad de balancear bien los riesgos que vienen de todos lados, las dificultades propias de la hiperracionalidad de la que hablaba Elster), lo que termina ocurriendo es que obsesionados, en este caso, por calcular bien, calculamos mal, y en el medio aborrecemos y tiramos por la ventana las reglas y principios, y lo que pasa es que terminamos decidiendo, contra lo que anunciábamos, conforme a nuestros valores y prejuicios: seleccionamos siempre sólo ciertos riesgos, y los sopesamos de un cierto modo, conforme a ideas preconcebidas ("el Presidente no va a terminar abusando porque..."). En definitiva, se trata de una vía más o menos elegante (no mucho en mi opinión) hacia sistemas de organización institucional más discrecional-schmittianos. Es decir, es hora de ponerle el cascabel a Vermeule.
Cuanto más lo leo a Adrian Vermeule menos me gusta. No me gusta nada: cómo escribe, de qué escribe, qué dice. Sin embargo, cada día es más influyente dentro de la academia constitucional, y cada vez ocupa posiciones de poder más relevantes. Por lo demás, muchas de las autoridades académicas que conozco tienen algún tipo de deslumbramiento con él. En su último libro, The Constitution of Risk, critica la posición que considera dominante dentro del constitucionalismo, que sería una posición "precautionary," sobre-preocupada por los riesgos, los abusos, la tiranía (no olvidemos que él se inscribe, como parte de la salamidad argentina, en un cierto schmittianismo constitucional). Ésta sería una posición madisoniana -aquella a la que él se opone, al menos en parte. Vermeule desarrolla frente a ella una posición diferente, menos obsesionada con el riesgo, y a la que llama la "posición madura," que encontraría más apoyo en Hamilton, Story, Frankfurter, Marshall el viejo. Esta posición aboga por "precauciones óptimas, no máximas," siendo consciente de que la preocupación por el riesgo genera sus propios riesgos. Ejemplo: la defensa de Story de las "standing armies". Con tanto temor de montar este tipo de ejércitos, se terminaba asumiendo riesgos peores: lo que hay que hacer es controlar a estos cuerpos armados, en lugar de impedir que se creen.
Estas posiciones pragmatistas, del utilitarismo ultra-calculado, pretendidamente omniconsciente, pecan en mi opinión por su confianza en la propia razón, y su desprecio a los principios, valores, reglas generales e ideas abstractas, de las que se burlan, pero que terminan infiltrando su posición por todos lados. Para decirlo de modo simple: dados los infinitos e irremediables déficits de racionalidad que tenemos (la dificultad de reconocer todos los problemas, la dificultad de sopesarlos bien, la dificultad derivada de querer agregar más y más variables, la dificultad de no poder prever nunca lo...inesperado, la dificultad de balancear bien los riesgos que vienen de todos lados, las dificultades propias de la hiperracionalidad de la que hablaba Elster), lo que termina ocurriendo es que obsesionados, en este caso, por calcular bien, calculamos mal, y en el medio aborrecemos y tiramos por la ventana las reglas y principios, y lo que pasa es que terminamos decidiendo, contra lo que anunciábamos, conforme a nuestros valores y prejuicios: seleccionamos siempre sólo ciertos riesgos, y los sopesamos de un cierto modo, conforme a ideas preconcebidas ("el Presidente no va a terminar abusando porque..."). En definitiva, se trata de una vía más o menos elegante (no mucho en mi opinión) hacia sistemas de organización institucional más discrecional-schmittianos. Es decir, es hora de ponerle el cascabel a Vermeule.
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